Educando a Pulgarcita

El mundo adulto se enfrenta hoy a un reto inigualable en la historia de la humanidad: educar a los “nuevos”, educar a Pulgarcita. Así llama el filósofo Michael Serres a los niños y jóvenes actuales  tan drásticamente distintos a los del siglo pasado. De ahí la nueva preocupación de las instituciones educativas de la actualidad: ¿cómo evitar la exclusión que implica el fracaso de la escuela para incluirlos en el mundo de la vida? ¿Cómo ayudarlos a aprender?

La cuestión entonces se centra  en preguntarnos ¿quien es aquel al que queremos ayudar? ¿Quiénes son los pulgarcitos que en el inigualable movimiento de sus pulgares se comunican  rompiendo los límites de tiempo y espacio, inventan códigos y  acceden a informaciones disponibles para sus intereses fugaces y mutantes?

Nuestra “escuela convencional” está orientada a brindar un mismo currículum uniforme para todos por igual. Y en ese espacio inmóvil del aula tenemos un grupo de alumnos al que le hacemos las mismas  preguntas comunes: algunos pocos contestan, mientras otros vagan; todos copian las mismas consignas y hacen las mismas tareas que a veces consisten en copiar del libro párrafos textuales sin necesidad de comprometer el pensamiento.  Por más que existen docentes hábiles y preparados, no pueden evitar que estos chicos se sientan mortalmente aburridos. Lo que les propone la escuela no tiene nada que ver con sus intereses pertenecientes a la era digital. 

Escuchamos decir que estos niños y jóvenes son indiferentes, apáticos y abúlicos, de atención dispersa y escasamente concentrados… aunque pueden pasar horas conectados.  Tenemos que concientizarnos de que  son de otra cultura y de otro tiempo.   Mientras tanto nuestra escuela sigue anclada en el siglo XIX. Para  Serres nuestros jovencitos son los “Pulgarcitos”, capaces de romper los límites de tiempo y espacio y navegar por las eras geológicas, o por el espacio sideral, con la misma contracción y concentración que la escuela no logra. 

Por lo tanto, para que podamos ayudarlos, debemos pensar cómo adecuarnos a estas nuevas personalidades y permitirles aprender en la era digital. No lo vamos a conseguir con una escuela que en pleno siglo XXI sigue con los parámetros del siglo XIX pero sobre todo con pautas oficiales que piensan  contenidos multiplicados para ser repetidos por sujetos intercambiables  y que está generando el fracaso de nuestros niños y jóvenes por el aburrimiento y  la falta de motivación o de comprensión. Y cuanto más recargamos el interés de los especialistas curriculares  en cúmulos de información más estamos separando las emociones de la razón, la mente del cuerpo, los valores de las acciones,  con una marcada infravaloración de la experiencia.

Por eso sería muy positivo que las escuelas puedan liberarse del yugo de las prescripciones curriculares y  logren reinventar la escuela  ya que no acuerdo con las tendencias actuales que abogan por el fin de la escuela. 

Nuestro rol de educadores resultará muy acotado porque  mientras no podamos influir en la transformación de todas las escuelas, podemos comenzar por la escuela donde trabajamos. Significa revisar la idea de un curriculum único común, homogéneo y uniforme al que todos hemos apostado y en los que hemos sido formados. Según el catedrático Pérez Gómez  “un curriculum común de talla única propio de la era industrial y legitimado por la racionalidad cartesiana. Por ello propongo empezar a considerar la igualdad de oportunidades como la estrategia pedagógica para proponer y desarrollar oportunidades de valor equivalente y no para imponer situaciones homogéneas propias de un curriculum de talla única”. Y el autor propone, entre otras ideas, la enseñanza como investigación que da lugar a transformar la actividad en “experiencia,   superando la uniformidad didáctica para habilitar la diferenciación personal, la optatividad curricular y la personalización de los procesos de aprendizaje”.

Pérez Gómez presenta  experiencias nacionales e internacionales, entre otras,  las “comunidades de aprendizaje “ como la escuela “El Martinet” cercana a Barcelona que orienta cambios  diversos: el camino de los ambientes; los talleres ; el trabajo corporal, los proyectos de grupo; el proyecto de escuela; los espacios familiares.

Y así sucesivamente, Pérez Gómez va presentando los nuevos proyectos pedagógicos con marcado cambio sobre la concepción del aprendizaje respecto al que hoy sustentan nuestros diseños  curriculares. Pero muy emparentados con los grandes proyectos pedagógicos de nuestros viejos maestros del siglo XX: Tolstoi, Kilpatrik, Freinet, Cossettini, o Iglesias. Pienso que hasta el viejo Pestalozzi nos brindaría lecciones inolvidables (a pesar de las críticas durísimas que ha recibido) y pensándolo desde la reivindicación que de él hiciera el filósofo marxista Walter Benjamin. Tal vez deberíamos volver a leer a los pedagogos del siglo XX:  ellos fueron maestros de niños que sufrían los dolores de la realidad adversa, no como los expertos que ahora plantean diseños curriculares desde sus escritorios asépticos e incontaminados de realidad y sin sustento en la investigación educativa. Por eso estaría de acuerdo con la concepción de retrotopía, descripto en el  trabajo póstumo del filósofo Zygmunt  Bauman:  la retrotopía no indica un retorno al pasado, sino  revisar aspectos del pasado indebidamente abandonados o imprudentemente descuidados…  Aquello a lo que nosotros volvemos cuando tenemos nuestros sueños nostálgicos no es al “pasado tal cual”, sino a mundos ideales ubicados en el pasado abandonado que aun así se ha resistido a morir.  

Por eso, la convocatoria de la actualidad sería usar nuestra libertad docente (nadie entra todavía a controlarnos dentro de las aulas) y unirnos en pequeños grandes proyectos que permitan aprender más que a repetir información que cualquier red nos puede dar. Imaginar  proyectos, implementarlos y evaluar el aprendizaje: nuestra posibilidad de recrear la escuela. Muchos están apostando a la “gamificación en el aula” que es una posibilidad a explorar: la creación de juegos que posibiliten la apropiación de saberes legitimados. Hay proyectos muy interesantes…pero cuidado con el riesgo de la puerilización del saber.

En síntesis, nuestro rol de educadores  consiste en proponer proyectos que se adaptan al nuevo sujeto de la educación, los “pulgarcitos” que describiera el filósofo Michel Serres. Queda claro que este esfuerzo no puede ser individual y que requiere el consenso del grupo humano de una escuela que use creativamente su derecho a enseñar. 

Bibliografía

Pérez Gómez, A. (2012) Educarse en la era digital. Barcelona: Morata.

Serres, M. (2016) Pulgarcita. El mundo cambió tanto que los jóvenes deben reinventar todo: una manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y de conocer. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Bauman, Zygmunt. (2017) Retrotopía. Buenos Aires: Paidós.

Benjamin, W. (1989) Escritos. La literatura infantil, los niños y los jóvenes. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.